La pintora aragonesa ha sido la protagonista de una nueva sesión del ciclo Conversaciones en la Aljafería celebrada en la Sala Goya del Palacio musulmán y que ha contado también con las intervenciones del artista Ignacio Fortún y la escritora Eva Puyó
Mucho más libre tras su regreso a la ingenuidad artística de los años sesenta e imbuida por la urgencia de quien ya piensa en su siguiente proyecto mientras prepara una exposición en La Lonja de Zaragoza para el próximo octubre, la pintora aragonesa Julia Dorado ha dejado por un instante el papel y los pinceles para compartir una charla amena con el artista figurativo Ignacio Fortún y la escritora Eva Puyó, en una nueva edición del ciclo Conversaciones en la Aljafería organizado por el en la Sala Goya del Palacio sede de las Cortes de Aragón.
Emergiendo de las profundidades de lo abstracto, Dorado se ha asomado por un instante a la superficie de lo concreto -por ello, quizá, más aprehensible- para refrendar su huida de la foto fija y el encasillamiento, de las líneas, las series pictóricas propias e incluso de la influencia de paisajes como los veranos de Parma y los días lluviosos de Bruselas en los que le ha tocado vivir. La pintora aragonesa ha sido y sigue siendo ella misma y su ánimo. Y siempre en movimiento. “Pintar es un trabajo de tipo amoroso”, se ha arrancado para describir su proceso creativo. “Hay una preparación, un estado de ánimo y una atmósfera, luego tengo la sensación de que me voy a encontrar con un personaje nuevo con el puedo comunicarme mediante un diálogo a través de las manchas. Tras esa fase de pulsiones, ha continuado, el cuadro reposa y es momento de mirarlo como espectadora de manera racional para empezar a elaborarlo”, ha explicado.
De ahí puede salir cualquier cosa porque ella pregona la ausencia de reglas, el aire, la libertad, “pero el cuadro manda; las manchas, la estructura… es un diálogo absoluto entre lo que pretendes y lo que el lienzo dice”, ha compartido. Dorado soltó amarras cuando comprendió la enseñanza de su maestra Lola Franco. “Cuando empieces a pintar y ver el color, dejarás de dibujar”, le legó como enseñanza. “Pensé que me lo decía para que no dejara su clase, pero no, me metí en el color y aún no he salido”, ha reconocido.
Las primeras “manchitas” de “la Pitico” en la época del profesor Federico Torralba y luego con el Grupo Zaragoza habían cobrado vida propia fruto de su carácter y determinación. Los mismos que en su momento le alertaron de los derroteros que tomaba la educación en los años setenta con la influencia de los “pedantogogos”, visión pesimista que a su juicio se ha visto confirmada en el presente. Esa forma de ser le hace rebelarse ante la incomprensión artística. “El arte está pasando de moda, sólo funciona el papanatismo y los jóvenes no tienen un momento para detenerse ante un cuadro. Delante de uno mío creo que soltarían un bufido”, ha lamentado. Con algo más de esperanza aguarda a que se concrete el Museo del Grabado proyectado en Fuendetodos y que cuenta con un gran número de sus obras.
En cualquier caso, descarten que si el espectador no se toma la molestia va a ir la autora detrás de él. “No se os ocurra preguntarme qué significa una obra mía. Nunca voy a explicaros un cuadro mío”, ha descartado.